domingo, 18 de septiembre de 2011

Historia de un amante

El se alimentaba de lo que ellas le iban dejando al pasar por su vida. Por eso una relación larga significaba un estancamiento del que se veia incapaz de salir. Pero él no lo sabía.

Pocas cosas había descubierto por sí mismo, todo era fruto de lo que ellas le contaban, enseñaban o compartían con él. Por eso cuando ya había absorbido todo de una necesitaba volar a los brazos de otra a quien deslumbrar con lo aprendido y de quien aprender nuevos conocimientos para fascinar a la siguiente. Esta era su vida, una constante búsqueda de superación en los brazos de aquellas musas con pechos de sabiduría.

De María aprendió el gusto por la música, de Susana el interés por el arte, de mano de Petra conoció el cine de autor, de Pilar el buen comer, de Marta todo sobre los medios de comunicación, de Rosa aprendió filosofía, de Laura fotografía, de Herminia el placer de sexo lento, de Daría el gusto por la moda y de "ella" el amor. Así una tras otra le iban enriqueciendo hasta que llegó el momento en el que se convirtió en un suculento y apetitoso plato listo para degustar, ya que tenía un poco de todo y un mucho de nada.

Todas disfrutaron de la compañía y el saber hacer de aquel puzzle humano, nunca por demasiado tiempo. Pero el tiempo pasaba y él, sin apenas darse cuenta, empezaba a necesitar mucho más que una paleta de colores de la que sólo podía tomar un par de pinceladas, y se sorprendió así mismo llorando en soledad porque él que tantas cosas aprendió nunca supo estar solo.

Así pasaron el resto de sus días, en soledad y pensando si de aquellas mujeres alguna le habría querido de verdad y si la que le enseñó el amor aún seguiría pensando en él.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Suicidio Parcial



Si no pensaste suicidarte en algún momento de tu vida, no sigas leyendo.

Años han sido necesarios para reunir el valor de suicidarme, parcialmente claro. Pues el suicido completo me hubiera dejado muy sola.

La clave es mantener el cuerpo caliente y con pulso vital, para ello es importante hacer cosas como comer, dormir, beber, incluso trabajar. Esto último no es imprescindible, en realidad.

Una vez el cuerpo está en perfecto estado de revista, tan sólo hay que matar el resto, es decir, el alma. Hay gente que ya viene de serie sin ella, por lo tanto son seres semimuertos, una especie muy distinta a los suicidas parciales, puesto que los primeros no han necesitado tomar ninguna decisión.

Para matar el alma, primero se ha de ubicar en el cuerpo, normalmente se encuentra repartida por todo él en diferentes cantidades. Por ejemplo en el pie derecho hay menos cantidad de alma que en el ventrículo izquierdo del corazón, cosas de anatomía. Por lo tanto y para no perder el tiempo empezar matando al corazón sería a priori la manera más rápida de finalizar el suicidio parcial, pero no es así. Este músculo será en realidad el encargado de realizar el proceso. Es de vital importancia dejarle vivir, incluso enamorarse, el resto es tan sólo cuestión de tiempo. Las decepciones, los engaños, los fracasos que éste sufra gastarán por completo el alma y es en este momento cuando el suicidio parcial será un hecho consumado.

viernes, 16 de septiembre de 2011

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Preparada, lista...

Tengo pañuelos para las lagrimas. Tengo manzanilla para disimular la hinchazón de los ojos. Tengo el carmín para dibujarme la sonrisa. Tengo wisky para la desesperación. Tengo fotos para autotorturarme. Tengo la excusa para no salir de casa. He arrancado los cables del teléfono. Ya puedes marcharte cuando quieras.

So what?

. Me gusta mi desnudez, me gusta mi apatía, me gusta mi egocentrismo, me gusta mi egoísmo, me gustan mis malos días, me gusta mi soledad, me gusta mi compañía, me gusta mi locura, me gusta mi cordura, me gusta mi insolencia, me gusta mi franqueza, me gustan mis mentiras, me gustan mis verdades, me gusta mi respeto, me gusta mi vulnerabilidad, me gusta mi fortaleza, me gusta mi inconstancia, me gusta mi impuntualidad, me gusta mi ignorancia, me gusta mi formación, me gustan mis ojos, me gusta mi boca, me gustan mis granos, me gusta mi pelo, me gustan mis orejas, me gusta mi trasero, me gustan mis piernas, me gustan mis dedos, me gustan mis uñas, me gusta mi voz, me gusta mi olor, me gusta mirarme, me gusta desearme, me gusta olfatearme, me gusta tocarme, me gusta saborearme, me gusta enamorarme, me gusta desenamorarme, me gusta amar, me gusta sufrir, me gusta controlar, me gusta inducir, me gusta soportar, me gusta desechar, me gusta intentar, me gusta traducir, me gusta psicopatear, me gusta organizar, me gusta descontrolar ...


. Me gusta, y que? .

Being a minita'h


 Las minitas como yo sufrimos a su álter ego. Queremos callarla, queremos golpearla hasta dejarla tarada, hasta que no tenga ninguna herramienta más para molestar y molestar a los otros. Queremos que desaparezca, aunque la mayoría de las veces nuestros intentos son inútiles. Por ejemplo, imaginate que estás con el chico que te gusta en la cama, después de una sesión de sexo desenfrenado, de esas que te dejan con las sensaciones más sensibles que nunca, de esas que si me acariciás el pelo me largo a llorar no sé si de la alegría, la emoción, la felicidad o la angustia. Imaginate, entonces, que en esa montaña rusa de sensaciones alborotadas, sentís algo en la panza, algo parecido a una descompostura, como si necesitaras escupir algo, como si la comida te hubiera caído mal, entonces vomitás un "te quiero" susurrado, casi inentendible, entre dormido y despierto, un hilito de voz. Y te abrazan. O te dan un beso. O te acarician. O sonríen. Las minitas como yo, en una situación como la que acabo de describir, nos angustiamos con todo el alma, el cuerpo y el corazón. Las minitas como yo vomitamos el "te quiero" y necesitamos la respuesta verbal, el "yo también te quiero". Y cuando suceden mil cosas alrededor menos esa respuesta, tu maldita álter ego empieza a taladrarnos en la cabeza, con argumentos infantiloides y estupideces del estilo "no te quiere nada, boluda" o "prefiere abrazarte a decirte gracias". Las minitas como yo nos levantamos de la cama, conteniendo un llanto completamente innecesario, y nos encerramos en el baño hasta que esa guacha nos deje de joder con su novelita rosa y su melodrama bobo, y cuando se pasa el malestar por eso que nunca debió habernos molestado, volvemos a la cama y hacemos como que no ha ocurrido nada. Si nos preguntan qué nos pasa o si estamos bien decimos que no nos pasa nada, que estamos bien. Pero en el fondo, bien en el fondo de la cabeza, la motherfucker sigue tatuándonos frases horribles y pasan uno, o dos, o tres días, y la angustia sigue ahí, como un murmullo molesto que no te deja dormir, como si el silencio frente a tu "te quiero" se transformara en miles de voces que hablan entre ellas y se dicen que está todo mal, que está todo pésimo, que está todo horrible, que no hay solución. A veces aturde tanto ese murmullo que sin darte cuenta, te encontrás sola, parada en un colectivo repleto de almas grises y de olores desagradable y te largás a llorar, desconsolada, y le pedís por favor a la multitud que se calle, que necesitás pensar en otra cosa, que tenés que vivir una vida, que la novela es para la televisión, que por favor hagan silencio, y ellos se callan.

Y cuando se callan, te tranquilizás.

martes, 13 de septiembre de 2011

Yo estaba tirada en la cama, con bombacha y corpiño, y vos te tiraste arriba mio y apenas lo hiciste se me llenaron los ojos de lágrimas. Me preguntaste qué me pasaba y no te respondí, no sé qué me pasaba. Me abrazaste fuerte y yo te mojé el cuello con mis lágrimas. Y me volviste a preguntar qué me pasaba y yo seguía sin saber qué me pasaba. Solamente sabía que no podía parar de llorar de ninguna manera. Sentí tu respiración en mi oído, y la escuché tan cerca mio que por unos minutos sentí que había vuelto a confiar, que había vuelto, que estaba ahí, con vos. Se me caían los mocos y respiraba entrecortado, sentía ardor en los ojos y el pelo, que se había pegado a mi cachete, estaba húmedo. Te quedaste ahí, abrazándome, y me dijiste lo que yo necesitaba escuchar. Me dijiste llorá, y yo te hice caso. Lo repetiste, yo seguí. Y mientras seguía llorando sin saber por qué, agradecí en silencio que me dijeras eso, te lo agradecí con un beso, y vos tal vez ni siquiera te diste cuenta de mi agradecimiento. Te agradecí no sólo por decirme eso, sino porque el que dice eso sabe que no es la causa del llanto, sabe que no tiene nada de culpa, sabe que es una catarsis que no tiene motivo específico, que es nada mas que llorar y desahogar. El que dice llorá está dispuesto a estar ahí. Está para abrazar. Está porque quiere estar. El que dice llorá sabe acompañar, sabe escuchar, sabe hablar y sabe hacer silencio. El que dice llorá entendió. Me entendió. Y eso es demasiado.


lunes, 12 de septiembre de 2011

Sorry.

Perdóname, cabrón, por aquel día que hablaste mal de mí a mis espaldas. Perdóname, pequeña zorra, por intentar malmeter entre mi pareja y yo. Perdóname, sucio bastardo, por haberme insultado aquel día. Perdóname, guarra, por pasar de mí cuando te necesité. Perdóname, hipócrita, por haberme engañado mientras fingías ser de confianza. Perdóname, traidor, por aquella vez que me negaste. Perdóname, mentiroso, por aquel momento que desconfiaste de mí. Perdóname, mal amigo, por delatarme. Perdóname, falsa, por haberte hecho pasar por mi amiga. Perdóname, monstruo, por tantas veces que me has humillado. Perdóname, maltratador, por los momentos en los que me has hecho sentir que no valgo nada. Perdóname, violador, por aquella vez que no quería que me tocaras. Perdóname, jefe, por no pagarme lo que merecía. Perdóname, atorranta, por querer garcharte a mi chico. Perdóname, payasa, por pensar que no me harías daño. Perdóname, puta, por abrirte de piernas con el hombre equivocado. Perdóname, infiel, por ocultarme lo que más tarde descubrí. Perdóname, autobusero, por salpicarme el traje gris. Perdóname, peluquera, por haberte pasado cortándome las puntas. Perdóname, profesora, por haberme suspendido injustamente.
 
 
 
Perdonenme, porque yo no sé perdonar.
 
 

Tercer voto decide...

Cuando la cabeza quiere una cosa y el corazón otra, la única alternativa es preguntarle a la entrepierna.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Desamor correspondido.

Uno no elige de quien enamorarse. Sucede.
Se revela como un hecho consumado.Una sentencia incuestionable que simplemente se acepta, sin tretas ni sobornos posibles.

Enamorarse es un milagro y a la vez un castigo.
Un destierro sin consentimiento.
Una condena atada a nuestro talón de Aquiles que nos obliga a dar pasitos cortos por el confuso camino de la esperanza. Con nuestro amor unilateral anudado como un pañuelo y una ramita de ruda en el zapato, en un peregrinaje hacia ningún lado que no sea a su lado.

Silenciosas plegarias se adueñan del descanso.
Pactos invisibles con el santo romance, promesas que distraen a los presentimientos.
Hechizos para que el corazón no nos sea esquivo.

Aprendemos a subsistir con las miguitas de pan de la ilusión y un manojo de razones sin razón.
Nos llenamos de viento y de estrellas.
De guirnaldas.
De canción de cuna y príncipes sin espadas.
Cascabeles en los pies, corcheas en la palma de la mano.


La necesidad abierta como una herida que no sangra pero reclama.
Un pedido de clemencia y justicia interior: "que alguna vez nos salga bien".
Y cruzar los dedos sobre la espalda para que se cumpla.

Porque si hay algo más difícil que el amor, es el desamor.
El desahuciado retorno de manos vacías y sed en la garganta.
Los eternos puntos suspensivos y la escena final sin rodarse nunca.

El desamor que es verdugo de la expectativa.
Un océano en el que nunca haremos pié.
Una tortura impiadosa que nos descose la piel y nos arrastra a los rincones privados de abrazos.

Un destino en el que no alcanza con tener el alma llena de sutilezas para que se nos convide con una oportunidad en forma de caramelo.
No hay remedio, ni conjuro posible, que pueda convencer a quien no está enamorado.

Pero siempre nos quedan las palabras.
Será por eso que escribo.


Fémina.

Hoy quiero hablar de ella.

Ella no es perfecta, es más, es posible que tenga los defectos que menos soporto, pero sus virtudes son, sin duda, las que más necesito.

Nunca me ha fallado, ella siempre está cuando la necesito, me acompaña en todos los momentos por difíciles que sean, y cuando no me atrevo a reconocerle que estoy mal ella siempre encuentra algo para mantenerme entretenida y así consigue que se me pase, a veces, hasta sin la necesidad de confesarme.
Me encanta cuando ríe, me hace feliz aunque también sabe llorar pero nunca se deja consolar porque es fuerte. Es la mujer más fuerte que he conocido nunca, la he visto salir de situaciones que jamás hubiera imaginado. Y como dice ella: lo que no la mata la hace más fuerte.
No pasa un día sin que me recuerde, por las mañanas, que tengo que luchar, que tengo que seguir para delante. Sé que me quiere como jamás me ha querido nadie, lo que no tengo tan claro es si yo la quiero a ella, porque ella soy yo.